Ledmis Víquez
Wayler Mora
En un principio, cuando Roma fue fundada por Rómulo y Remo, había un solo dios, que no tenía forma humana, sino que era una voluntad o fuerza divina, llamada Numen. Se le adoraba en la naturaleza y no tanto en templos. Pero, con el contacto con las culturas de los pueblos que Roma iba conquistando, el número de dioses fue aumentando y se incorporaron Iuppiter, Mars et Quirinus. En este aumento, los dioses comienzan a tener rasgos más humanos, y que, a diferencia de los mitos griegos, que se centraban más en los orígenes universales, para los romanos no importaba cuando habían surgido o como eran sus vidas antes de su veneración.
En la antigua Roma existían muchas divinidades a las que venerar. Había tantas divinidades que se podían distinguir un dios para cada acción que se pudiera realizar. Los romanos piadosos, que respetaban la religión de la forma apropiada, veían en cada acción que emprendían y en cada momento la necesidad de solicitar la protección de los dioses y su aprobación, y era importante saber a qué divinidad dirigirse.
La Triada Capitolina, es el nombre que recibe el conjunto de los tres principales dioses de la religión romana, siendo una primera triada primitiva o arcaica, conformada por los dioses Iuppiter, Mars et Quirinus, aunque inicialmente eran Iuppiter, Mars et Jano, pero esta última rápidamente fue reemplazado por Quirinus. Se considera que esta triada a su vez, es anterior y base de la siguiente triada en la sociedad romana: Iuppiter, Juno et Minerva, donde Iuppiter mantiene su rol, Minerva toma el lugar de Mars, y Juno toma el lugar de Quirinus, simbolizando el matrimonio cuando se le representa cubierta con velos, o se asocia a la fertilidad cuando sostiene el emblema de una granada.
Precisamente, le veneración de este conjunto poderoso está atestiguada desde finales del siglo VI a.C., con la llegada al poder de los Tarquinios, la dinastía de reyes etruscos. Y aunque la tradicional aversión de los romanos hacia la monarquía les llevara a situar la construcción del templo en los inicios de la República, fue realmente durante la etapa monárquica cuando comenzó a planificarse, a la manera etrusca, siendo probablemente Tarquinio Prisco quien se comprometiera a edificarlo y Tarquinio el Soberbio quien acometiera a su construcción.
El templo contaba con unas impresionantes estructuras de cimentación formadas por enormes sillares de toba que todavía hoy pueden verse en el interior de los Museos Capitolinos de Roma. Sobre ellos se alzaba un imponente edificio de más de cincuenta metros de frente por sesenta de profundidad, una mole gigantesca, especialmente si tenemos en cuenta que fue construido en el siglo VI a.C. En su interior se abrían tres salas de culto compartimentadas para los tres dioses.
Juno se encontraba a la izquierda, Minerva a la derecha y en el centro la gran estatua de Iuppiter Optimus Maximus (”Iuppiter el mejor y más grande dios”), presidia la religiosidad romana. El templo fue remodelado en diversas ocasiones tras resultar dañado por incendios a lo largo de la historia romana, considerados sucesos terribles que marcaban la ruptura de la pax deorum, hasta que el emperador Domiciano, emulando la gesta piadosa de Augusto, lo recubrió de mármol.
Iuppiter como dios más destacado para los romanos, tenía numerosas advocaciones o epiklesis, si usamos el término griego asociadas a su nombre. Se le veneraba como Tonans, el que truena y Custos, el custodio, además de la de Ferretrius que ya hemos comentado. En otros puntos de Roma también se rendía culto con epítetos tan variados como Pistor, panadero, Depulsor, el que expulsa, Stator, el que mantiene, Libertador, el Libertador, Fulgur, el que parte el rayo, Propugnator, el defensor, Ultor, el vengador, o Victor, el vencedor. También se le asociaba con otros Dioses con funciones similares como Liber Pater. (Marques, N, 2021, p57).
Todas las civilizaciones han realizado la construcción de sus creencias religiosas basadas en etiologías que fueron desarrollando con el tiempo, los romanos no fueron la excepción. Estas etiologías vinieron de otros pueblos que tenían ya un desarrollo importante en esta área, pero no regresaron puras, sino que se llevan de por si otra carga etiológica que iba a ir alimentar a la creencia original. Del Siglo VI a.C. en adelante, Roma recibió grandes influencias de la cultura etrusca, especialmente en lo que se refiere a su sentido de sus rituales de estructuración rigurosa. Pero estos actos, tal y como se mencionó anteriormente, no fueron de una influencia unilateral, sino que también la religión etrusca se vio influenciada por la romana. Una de las diferencias principales de los dioses creados por los romanos fue su inspiración en la ciudad y los ciudadanos. La Triada Capitolina es una muestra de esa inspiración, una inspiración que se extendía también a dioses que atendía a los plebeyos.